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domingo, 30 de noviembre de 2014

Deudas



En Parque Patricios sobrevive un almacén de barrio que cierra tarde.
Hace unas noches atrás fui a buscar una cerveza y recordé que había quedado debiendo algo de efectivo.
--Te quedé debiendo el otro día. Pero no sé cuánto era -dije.
Luly (la vendedora, cuyo nombre yo conocía, pero que no sabía el mío), revisó un cuaderno.
--Ocho pesos -respondió.
Pagué. Pero no pude guardarme la intriga.
--Te hago una pregunta. ¿Con qué nombre me anotaste?
Sonrió.
--Rulitos del pasaje. No sé si vivís en el pasaje, pero siempre te vas para ese lado.
Me abstuve de decir que mi nombre es Pablo, porque me pareció mucho más simpático el que ella escribió en su cuaderno.
Y así la justicia se cumple, porque yo tomé los nombres de Luly y de su marido Logallo para los personajes de un cuento y de mi novela. Y ahora yo soy un personaje en su cuaderno.
Rulito Del Pasaje.
Diminutivo familiar y apellido.
No está nada mal!

lunes, 28 de julio de 2014

La pasión en el barrio San José

—Te tengo que contar algo que no sabe nadie
y en sus ojos no se asoma el secreto, sino la pasión.
En el barrio el fútbol es importante y su convocatoria es ruidosa, casi como en cualquier otro barrio. Aumenta los decibeles el fin de semana, en especial el sábado, cuando juega Temperley.
Esa es la pasión visible y masculina.
Pero no es la que mueve los hilos.
La otra, más callada, menos enfática.
Femenina.
¿Cuál es? No es fácil decirlo en una palabra, porque es compleja y a la vez absurda de tan sencilla. No se la grita, está, no se ve, se siente, es muda, pero se escucha. Difusa, imprecisa, propiedad de las mujeres.
Y los hombres, inundados de tanto ser machos y concentrados en su potencia la intuyen pero no la pueden nombrar.
—Es una cosa que ni sé cómo explicarte
dice ella, que tampoco puede nombrar su pasión porque es mujer pero el único que conoce es el idioma que usan los hombres.
¿Y entonces?
Entonces la sienten. Y buscan alguna forma de manifestarla, como un recipiente para eso que sienten y resiste las palabras.
Hace años fue la costura. Y antes de eso fueron las huertas. Hoy tiene la forma del juego.
—Anteanoche me dio treinta pesos para que le comprara antibióticos porque le dolía la cabeza. ¿Qué antibióticos? Le subió la presión porque estuvo todo el fin de semana chupando.
Para ellos hay Boca, Temperley, Lanús, múltiples nombres, pero un solo lugar: la cancha.
Para ellas no es cuestión de territorios.
Están las que buscan comunidad y reconocimiento pasan dos noches por semana en las mesas de cartas de Lucero, la brasilera, o de Cacho Tarico que presta la casa y sólo prepara los mates y vacía los ceniceros.
Están las más ansiosas que se dedican a la quiniela en el boliche de Ana, intermediaria de los sorteos de nacional, provincia, tómbola, mendoza, santa fe, Santiago, salta, a la matutina, a la vespertina, a la tarde, a la noche.
Las que eligen el bingo, lo más cercano que hay en el conurbano a Las Vegas, a las luces de colores y el ruido mundano que hasta los noventa sólo se veía en la tele pero que ahora está a un colectivo de distancia, una pequeña porción del estilo americano sino de vida, de juego.
—Con treinta pesos no comprás nada –me toma el antebrazo y le tiembla la voz–, dos boletas de loto, nomás.
Y están las soñadoras. Las que juegan cada tanto, las retraídas, que viajan a la estación, se meten en una agencia de lotería mirando por encima del hombro esquivando la mirada de los vecinos. O de los familiares.
—Andaba por Lomas. Y pasé por la agencia y se me prendió la lamparita.
No tienen vergüenza de jugar. Tienen vergüenza de que descubran que desean, que quieren ganar dinero de golpe y viajar, comprar ropa linda, ver otra gente, enamorarse.
—Cuando me quise acordar, estaba adentro. Y los números se me vinieron de golpe. Doce números, alcanzaba para dos boletas. Los jugué y salí. ¡Si me preguntabas qué había jugado, no tenía ni idea!
No. No tienen vergüenza.
Es que cuidan su deseo.
—No le compré nada. Total, cuando llegué estaba dormido. Y lo vi ahí, tirado en la cama, roncando y la habitación inundada de olor a vino agrio. Sentí asco, está mal que lo diga, pero era asco el que sentí.
Y el juego les permite pensar que tal vez hay otra vida, que no todo tiene que ser eso que ya conocen, que tal vez alguien las desee como ellas desean otro cielo, que en el mundo hay un lugar donde a ellas las respetan. Un lugar donde no hay aliento a alcohol, ni sexo a la fuerza y escaso, ni cachetadas ni humillaciones. (Le tengo enfrente y recuerdo un moretón, sutil, ya viejo de tres días). Esa es su pasión triste, la que está detrás de las cartas, los números, las luces de colores. Su pasión es soñar con otra vida.
Algunas sueñan bajito. Otras, poco. Pero ella, sentada delante de mí bajando la voz para que nadie la escuche, sueña cada tanto, pero alto.
Y así, ya sin soñar, en un susurro, me dice que lo de siempre no se repitió. Que con una boleta acertó cinco de seis. Y con la otra seis de seis. Y que todo el pozo es de ella.
—¿Te das cuenta?
Me doy cuenta pero me quedo mudo.
—Voy a poder viajar -y levanta las dos manos enlazadas, como una nena que  pide un favor-. De esto, nada a nadie. ¡Por favor!
Y yo que me distraigo calculando las probabilidades y las posibilidades de ganar como ganó ella, tardo en escuchar que
—Lo que no sé es si estará bien
y no entiendo lo que dice. La miro y ella como si no tuviera nada qué agregar.
Al final, comprendo.

Por eso no me sorprende cuando unos días después aparece el marido en la unidad sanitaria, borracho, llorando con el nene en brazos. Que ella lo dejó. Que no se lo esperaba, que es una cualquiera. Que seguro se fue con un macho. Que esas son así, se calientan y dejan hasta al pibe. (Lo veo a él y al hijo; los conozco poco a los dos; lo recuerdo a él borracho inundando todo con aliento a alcohol; no me producen nada. nada).
—¿Te parece a vos? ¿Te parece?
me dice. Tambalea y tiene que apoyarse en la pared para no caerse
—Como macho te pregunto, ¿te parece?
y trato de hacerme a la idea, pero para esta hora debe estar muy lejos, porque no puedo imaginar por dónde andará. Pienso qué hubiera hecho ella si no hubiera jugado esas dos boletas. ¿Y si no hubiera acertado? ¿Si no hubiera tenido suerte?
Pero tuvo.
Él me mira. Y espera que le conteste como macho. Si eso quiere le doy el gusto: lo miro, me encojo de hombros y como macho le contesto
—Qué sé yo

Él se larga a llorar y a mí su llanto no me produce nada.

miércoles, 23 de julio de 2014

El chico de la luz


—¿Cuándo es martes?, pregunta. Y resulta que no es tan obvia la respuesta. No vale
—Después del lunes y antes del miércoles
Y tampoco vale
—En una semana
Porque
—¿Cuándo es una semana?, después de mirarme con desconfianza.
Por lo demás, ¿por qué iba a confiar él? Si en ocho años de vida resulta que soy el primero que le viene a hablar de días martes, de semanas y esas cosas. En sí, del tiempo, que hasta ayer no existía para él.
Y entonces viene a la unidad sanitaria todos los días, se asoma por la ventana y pregunta
—¿Hoy?
—No. Hoy es miércoles.
—Bueno.
Y se va calle arriba, a su casa que antes fue casilla y que se armó junto a una calle que antes fue entubado y antes de eso aún un río contaminado.
Hoy es un río, igual de sucio por las curtiembres. Pero ahora corre por tubos debajo del asfalto. Río contaminado, que se huele pero no se ve.
Y ahí va él entonces, a su casa, sin saber del río, aunque las manchas en su cara vienen de eso que corre bajo la calle.
—¿Hoy?
—No. Hoy es jueves.
En la salita se ríen de su insistencia. Porque es de él, que viene solo, sin que lo mande ningún adulto. Y porque lo desconocen, tan preocupado por algo que no sea cascotear los vidrios de la fábrica abandonada o perseguir a los perros con una rama finita pero sádica.
Bien mirado, él es uno más. En el sufrimiento, es parte del barrio. Tanto como los que quedaron con miedo desde el último viento que les voló los techos de chapa, como los que se angustian de tanto no trabajar como los que se quedaron del otro lado cuando la escuela cerró las puertas.
Cosa curiosa, el martes no pregunta si es el día. Viene y sonríe. Sabe que sí, que hoy sí.
Y ahora ya está. Ya hay tiempo. Ya hay pasado y presente y futuro.
Y me pregunto si en realidad será bueno el juguete metafísico que el chico acaba de encontrar. Porque con el tiempo viene el ansia, la espera y la nostalgia.
Pero eso es mío.
Él, sin tiempo que perder, ya encontró los dados y espera que me sume al juego.
Tiempo, azar y números. Ya no existen para él sólo la pobreza, el entubado y las chapas. Ahora también existe la posibilidad de que todo eso no esté, levanta la mirada que no es la de los ojos y mira que otros lugares también puede haber, que los ríos que se sienten y no se ven pueden faltar y que los tornados no tienen por qué llevarse los techos.
Y otros vienen. Y juegan en el patio de la salita o en la calle, porque él los convoca. Hasta les enseña a jugar con dados un juego que él inventó, donde no se suman puntos, sino que se restan.
Hasta que un mal día caen los postes y con ellos la electricidad del barrio. O malos días, mejor dicho, porque la oscuridad dura una semana.
La empresa devuelve el suministro por sectores y despacito, no vaya a ser cosa que nos olvidemos que este es un barrio pobrísimo. Y a la casa del chico le toca la luz antes que a la unidad sanitaria.
Llegado el martes, su martes, se encuentra con la sala a oscuras.
—¿No tienen la luz?
Escucho a través de la ventana.
—No.
Responde la enfermera que toma mate en la entrada.
—¿Quieren luz? Yo en mi casa tengo. Ahora les traigo.
Pasa un rato y escucho que la enfermera dice con sorna
—¿Y la luz?
Y él
—Mi mamá no me dejó traerla.


Ese día juega, pero está triste y se le nota. Y yo no puedo dejar de preguntarme qué es lo que hubiera pasado si la mamá lo hubiera dejado traer la luz.


lunes, 30 de junio de 2014

Lo comparto!

Concurso



Hace dos años participé de un concurso homenaje a Julio Cortázar. Envié una poesía y un cuento. Y hoy me han convertido en un escritor édito en una antología, con el primer premio en la categoría poesía y una mención en la de relatos. Lo comparto con ustedes.
El relato es Correspondencia, y en abril la publiqué por acá. La poesía, Gotas, la escaneo y la subiré.

domingo, 13 de abril de 2014

Correspondencia

En algún momento en mis horas de trabajo se me ocurrió esta forma de escaparse. Y bueno, habrá algunas mejores. Pero la que tuve a mano en ese instante, fue algo así.


La primera carta llegó a su casa un domingo por la mañana.
“Estimado Daniel Torres. Quizás aún tengas alguna reserva con respecto a lo planeado, pero puedo asegurarte que vos y yo nos las arreglaremos para sortear los inconvenientes. Que, dicho sea de paso, nunca suelen ser mayores. Es sólo cuestión de saber abordarlos y en ningún momento dudar de la decisión tomada. Por mi parte estoy buscando un lugar que se ajuste a lo que necesitamos. A vos te toca lo relativo a tu trabajo. Saludos.”
Era una carta manuscrita, sin firma. En el sobre no había remitente, sólo su nombre, Daniel Torres, y su dirección.
La segunda carta llegó cuatro días después, jueves. Y durante ese tiempo, la inquietud de Torres había aumentado. Descartó de inmediato la idea de que el correo hubiera cometido un error, ya que no era una carta enviada por correo. El sobre no tenía sello postal y el nombre del destinatario coincidía con su propio nombre. Intentó tranquilizarse pensando que era una broma de alguno de sus conocidos, porque el tono era de bastante familiaridad. Pero ése mismo domingo llamó a todos los que él suponía que podían estar detrás del anónimo y nadie se atribuyó la autoría. Luego de un día bastante malo, se fue a la cama convencido de que la nota tenía algo de amenazante. Esa noche tuvo pesadillas y casi no pudo dormir.
Al día siguiente, lunes, volvió de su trabajo y releyó una y otra vez la carta, atento a las palabras, a las frases y a la caligrafía. Pero no pudo dar con  ningún dato que hiciera referencia al autor.
Esa noche durmió mejor, pero se despertó cuando aún no había amanecido, con la cara empapada. Había llorado en sueños, pero no los recordaba.
El martes volvió a llamar a todos sus conocidos y tuvo la misma respuesta que dos días antes. Todos negaron haber enviado la carta. Algunos, hasta se ofendieron de que Torres siguiera dudando de ellos.
El miércoles se despertó enfermo y no fue a trabajar. Pasó todo el día en la cama y a la noche volvió a leer la carta. Por primera vez cayó en la cuenta de que había muchas más preguntas que responder aparte de saber quién era el autor. ¿A qué plan se refería? ¿De qué inconvenientes hablaba? ¿Qué era lo que el otro estaba buscando y a qué necesidades tenía que ajustarse? ¿Qué era lo relativo a su trabajo? Eran muchas preguntas y le extrañó que no se las hubiera hecho antes. Pensando esto, en algún momento de la noche se durmió con la carta entre las manos.
Al día siguiente, jueves, lo despertó alguien que llamaba a la puerta de su casa. Era un cartero.
Esta vez, el sobre tenía destinatario y un sello de la república de Francia.
“Estimado Daniel Torres. Surgió un inconveniente con el lugar que había encontrado para vos. Una lástima, porque estaba ubicado en Montparnasse, y creo que te hubiera gustado. La dueña no estuvo de acuerdo con el precio y  no fue posible negociar. Pero bueno, seguiré buscando. ¿Cómo va tu parte? Espero que ya hayas avisado en tu trabajo. Verdier está ansioso de conocerte y charlar con vos los detalles de cómo te gustaría disponer tu oficina. Saludos.”
Torres leyó la carta tres veces y estaba tan abstraído que se sobresaltó cuando el médico de la empresa tocó el timbre de su casa. Recién entonces cayó en la cuenta de que era jueves y tampoco había ido a trabajar ni había avisado. Mintió un malestar estomacal, que el médico creyó a medias, pero que sirvió para justificar las dos ausencias. Aunque tenía que reincorporarse al día siguiente.
Una vez solo, Torres volvió a la carta. Contenía mucha más información que la primera. Pero no aclaraba nada, sino que por el contrario, dejaba más preguntas sin respuesta. Alguien en París estaba buscando algo para él, Torres. Un departamento o una casa. Se trataba de un alquiler o una compra. Parecía que todo estaba arreglado, pero no. Había que seguir buscando. Mientras tanto, un tal Verdier estaba ansioso por hablar con Torres sobre una oficina. Quizás el sitio en Montparnasse y la oficina fueran lugares diferentes. Pero todo eso no dependía de él, ya alguien estaba ocupándose. Lo que más intrigaba a Torres era qué se suponía que tenía que avisar en su trabajo.
Durante el resto del día, Torres se sintió más tranquilo. Pensó en distraerse un poco ya que había pasado una semana bastante nervioso, así que fue al cine y luego a cenar. Esa noche soñó con una ciudad sumergida en el fondo del mar.
Durante los diez días siguientes volvió a la rutina cotidiana. Fue a trabajar, visitó algunos amigos e hizo las compras para el resto del mes. Y un lunes recibió la tercera carta, que venía en un sobre con un sobre más pequeño dentro.
“Estimado. ¡Encontré un departamento fabuloso! Está en el barrio de Montmartre, cerca de la basílica de Sacré Cœur. Es un cuarto piso sobre una calle muy tranquila. Estoy seguro de que va a ser de tu agrado. Verdier ya habló con Couturier y me preguntaron si ya habías solucionado lo de tu trabajo en Buenos Aires. Les dije que sí. Ya lo hiciste, ¿no? Están muy entusiasmados. Andá pensando en el veinte de este mes. Pd. En un sobre adjunto va el adelanto prometido. Saludos.”
“Ya es una tranquilidad. La cosa va encaminada”, pensó Torres, abriendo el sobre que contenía el dinero. “Si Verdier y Couturier están tan entusiasmados, la cosa va bien.” Pensó también que el cuadro en general se veía mejor, aunque todavía no entendía muy bien qué se esperaba de él.
Diez días después, recibió un sobre en su casa. Éste tenía remitente y fue necesario que firmara el recibo. Era de una compañía aérea, que lo felicitaba porque el señor Torres los había elegido para su vuelo y adjuntaba el pasaje impresos. Asimismo, le recomendaba que el día previsto se presentara dos horas antes en los mostradores de la empresa en el aeropuerto, para despachar el equipaje.
Esto lo sobresaltó. No tenía nada preparado. Tuvo que salir esa misma tarde a comprar dos valijas, una grande para despachar y otra más pequeña, como equipaje de mano. Una carta lo esperaba cuando volvió a su casa. Dejó las valijas y la leyó.
“Daniel. Si no calculo mal, hoy habrás recibido el pasaje. Como ves, pude arreglar todo para que salieras el veinte. No voy a poder ir a buscarte al aeropuerto, espero que no te moleste. La dirección del departamento es 15, Rue Dautancourt. En cuanto llegues a Charles de Gaulle, debés tomar el tren B hasta la Gare du Nord, allí tomar el tren E hasta Saint Lazare y luego la línea 13, hasta La Fourche. La Rue Dautancourt está a dos cuadras, no te podés perder. Te va a esperar la señora Dunois para entregarte las llaves. Saludos”.
Faltaban aún diez días, pero a Torres no le pareció mucho tiempo. Esa misma noche armó las valijas y se dio cuenta de que iba a necesitar una valija más. La compró al otro día. También compró algunos libros y dos corbatas. Dejó en orden la casa e hizo una copia de sus llaves para una vecina de confianza que iba a encargarse de las plantas y de mantener la limpieza. Llegó el día de la partida y camino al aeropuerto recordó que no había ido a trabajar en los últimos diez días ni había avisado. Al llegar a Ezeiza, llamó por teléfono para avisar que se iba. Se enteró en ese momento que de todas formas lo habían despedido. La secretaria que lo atendió estaba perpleja. Quiso comunicarlo con el jefe, pero Torres le dijo que no tenía tiempo, que ya lo llamaría. O no. Luego despachó las valijas, tuvo tiempo de tomar un café y subió al avión.
Dieciséis horas después, entraba al 15, Rue Dautancourt. Era un departamento con dos habitaciones, un baño, una cocina y una sala. Las alacenas y la heladera estaban bien provistas. Desde el balcón se podía ver la cúpula de la basílica. Sobre el escritorio de la sala, encontró un sobre con su nombre.
“Espero que hayas tenido un buen vuelo. Me hubiera gustado ir a buscarte al aeropuerto, pero me fue imposible. ¡Igual, si estás leyendo esto, es porque encontraste el lugar! ¿Qué te parece París? Y lo que viste no es nada. Ya vas a ver que con el correr de los días, ¡se pone mejor! En el primer cajón de la derecha en este escritorio vas a encontrar un celular. Ahí está el número de Verdier. Hoy descansá, pero mañana llamalo. No lo pospongas. Pd. En el cajón de la izquierda tenés papel, lapicera y la guía de Buenos Aires. Ya sabés lo que tenés que hacer”.
Torres desempacó algo de ropa, se dio una ducha y durmió una siesta. Al despertarse se preparó un café y fue hasta el escritorio. Del primer cajón de la izquierda sacó las hojas y la lapicera. Pensó durante unos minutos, mientras tomaba el café. Buscó opciones, consultó la guía y escribió la carta, que comenzaba diciendo:

“Estimado Agustín Ramos. Quizás aún tengas alguna reserva.”

martes, 1 de abril de 2014

Linchamientos y Micro relatos

Al parecer, hay gente que decide seguir las enseñanzas de Lynch.


Pero no de David Lynch, lo que sería sin dudas un poco más sano. 

No. Las enseñanzas de algún Lynch epónimo, que habrá dado origen al acto de juicio y castigo público que elige ser rápido, violento y arbitrario. 

¿Por qué? Tal vez haya gente que está cansada de... bueno, no. No hay cansancio tan grande que justifique que una turba mate a un solo individuo. Ni a dos, ni a ocho, ni a veinte. 

Tal vez sea porque hay Estados que no cumplen con lo que... y... no. No suena creíble que porque un Estado tenga tal o cual defecto haya que salir a repartir lecciones de criminología aplicada. 

Tal vez sea el clima, la temperatura que afecta a... las... este... Parece que no. En Buenos Aires no varió tanto tanto el tiempo estos últimos días. 

Bueno, vamos. Será una cuestión de discurso. Hay en el aire siete u ocho frases que se transmiten por altoparlantes en cada esquina, en cada puesto de diarios, en cada bar, en cada butaca de acompañante de los taxis, en cada radio am. Y hay personas que las adoptan como si fueran La Verdad Revelada (porque todavía creen en La Verdad Revelada). Adoptan las frases hechas, los lugares comunes, los dichos que todos sabemos y que cada tanto se nos repiten solos en la cabeza. Frases hechas que sacan su fuerza de la repetición con la que son dichas y de la pereza del que las dice, que no se preocupa por estirarse un poquito a ver si son tan ciertas como parecen. 

Y sí, los linchamientos deben ser producto de la pereza mental. Todo está en el lugar que tiene que estar; las palabras significan lo mismo de siempre; la gente camina siempre por la misma calle; al que madruga dios lo ayuda; si hoy te roban, mañana te matan; les cortás las manos y no roban más. Me convence esta explicación. El que lincha no es un resentido: es un perezoso, un vago, que necesita confirmar lo que ya sabe y que su mundo siga igual de ordenado que siempre; si para eso debe recurrir a la violencia, bueno, pues allá va. 

¿Y qué hace uno cuando lo único que tiene a mano son las palabras?
¿Y qué hace uno que trata de no ser tan displicente y quiere jugar un poco con las palabras?
Se me ocurre, a ver qué les parece, romperlas un poco, buscar las sillas con las patas rotas, la palabra fuera de lugar. Pongamos por caso:

Un puente decide suicidarse y se tira desde lo más alto de un hombre.

o

Una cabeza se apura para llegar a su cita con una maceta que cae desde un cuarto piso.

o

Un hombre solitario cae muerto en medio de su habitación. Como nadie lo ha visto morir, se pone de pie, se sacude el polvo de la ropa y sale a la calle. 

o

Una mujer decide escribir su biografía. Relata su vida hasta el momento en que decide escribir su biografía y relata que escribe su biografía hasta el momento en que decide escribir su biografía y relata que escribe su biografía hasta el momento en que decide escribir en su biografía y relata que escribe su biografía hasta el momento en que decide…

o

Por la mañana, un hombre despierta en su casa. Comprueba que removieron sus muebles, donaron su ropa, repartieron sus libros y cuando pronuncian su nombre no se refieren a él. Por la tarde entiende que se ha vuelto un fantasma. Se retira en silencio antes de que se ponga el sol.

o

Una casa decide que no le conviene continuar abandonada. Limpia su jardín, arregla su tejado, limpia su fachada, expulsa a los fantasmas, pinta sus paredes y remueve el polvo, prepara café y se sienta sobre sus cimientos a esperar.

o

Una araña es imprudente. Teje su tela demasiado cerca de las moscas. Quizás atrape alguna y no sepa qué hacer con ella.

o

Un piano se cansa de su dueño y aumenta medio tono todas sus cuartas. 

o

Buscando un remedio al óxido, una máquina de escribir abandonada trabaja sobre la última novela que escribieron en ella. Elimina adverbios, deshecha adjetivos, recorta pasajes redundantes, se detiene en descripciones incompletas. Al finalizar, lee el trabajo, pero aún no se convence. Vuelve a empezar.

¡Qué sé yo! 
Tal vez si la gente jugara con las palabras un poco más, si se deseara lo por venir, los viajes y lo extraño, aparecerían ideas nuevas, otras imágenes.
De lo que estoy seguro, es de que mientras escribía esto, en las cercanías no murió nadie.

Creo.

Pablo.





domingo, 23 de marzo de 2014

24 de marzo

El cuervo, dice Poe, repetía una y otra vez Nunca Más. El poema lo conocen todos; una y otra vez, nevermore. Nuestro una y otra vez parece una vez cada año. Pero sólo lo parece, porque en Argentina podemos decir Nunca Más el 24 de marzo, y el 31 de enero, el 18 de setiembre, el 20 de diciembre, el 4 de abril, el 20 de octubre, el 16 de noviembre, el 9 de setiembre, el 26 de febrero, el 16 de noviembre. 



Hoy, otra vez, alguien muere dos veces.
Una
matado como quien escupe a un costado del camino
una palabra de más o
una palabra de menos
chasquido entre los dientes
que repica cuando toca el suelo
chasquido
de la lengua que junta saliva
de una boca que es un pozo oscuro sin bordes
una
como quien dice ya que estamos acá,
qué otra cosa se puede hacer
si para esto vinimos
una,
la primera,
que hace un muerto
la otra
tan muerto que está
qué se le va a hacer, todos miran hacia mañana
menos el muerto, que es molesto
que no mira más que el presente
y ni siquiera, si la verdad es que a penas ve
la otra
todo está donde debe estar
¿dónde? ¿cómo? ¿cuándo? ¿quién?
no está, de ninguna forma, nunca y por nadie desaparecido,
y esa lógica no convence ni a las nubes bobas mansas
que acostumbran vestir la forma que les dicen que deben tener
pero igual, se miran de reojo entre sí y no se convencen
porque desde allá arriba sí que se ve
y ellas no vieron nada
porque la vista no les alcanza hasta las cuevas.

Hoy, otra vez, alguien muere dos veces,
La primera,
que hace un muerto
la segunda,
que hace una duda

y a esas no las mata nadie ¡qué contradicción!
ni el plomo ni la tela de algodón
ni el agua ni el fuego
ni la oscuridad ni la luz eléctrica
ni los gritos ni el silencio
no muere

la duda mata,
despacio,
todos los días

 un poco más

pero no muere
porque es duda, puntos suspensivos
paréntesis que abre y no cierra
(tal vez este suelo que piso, tal vez a esta hora, tal vez en este lugar, tal vez esta persona, tal vez después de esto, tal vez antes de aquello, tal vez porque no, tal vez porque sí, tal vez si no hubiera, tal vez mañana, tal vez si, tal vez con esta canción, tal vez este nombre, tal vez golpeando esta puerta, tal vez preguntando por acá, tal vez junto a las vías, tal vez él, tal vez ellos, tal vez este campo, tal vez esta bala, tal vez si no hubiera estado, tal vez esta llamada, 
y hasta el infinito de dolor
y hasta el infinito de preguntar
de buscar saber
de remover aun cuando moleste

porque no hay respuestas
para el muerto que vuelven a matar

hoy, otra vez

Pablo Minini, 23 de marzo 2014

sábado, 22 de marzo de 2014

Al tiempo

Cada tanto, algunos días se hacen más presentes que otros. Se hinchan de sucesos, de acontecimientos, de imágenes que parecía que no se iban a volver a repetir y sin embargo, acá están de vuelta. De gente que no pensábamos volver a ver y aparece por la ventana saludando con la mano en alto. Y se me da por pensar en el tiempo, no en el grande en el que piensan los que saben pensar con método. En el otro, cotidiano y pedestre, que todos vemos pasar; en ese tiempo que no se mide por relojes ni por segmentos mensurables. ¿Lo han vivido? Un diente nuevo que le sale a un bebé; la foto de alguien que usa una campera igualita a la que teníamos nosotros y que ahora nos parece de dos décadas atrás; la plaza de un pueblo que alguna vez visitamos y que hoy vemos llena de gente; un recorte de diario que encontramos en el fondo de un cajón y que no sabemos por qué conservamos. Ése tiempo. 


Miles de banderas
blancas, rojas, azules
verdes y amarillas
en las calles
cuelgan de las ventanas
y de los semáforos
flamean
y despiden al tiempo
que se va

discursos y papel picado
bandas de música
y un desfile
que atraviesa la ciudad
de oeste a este
para anunciar que el tiempo
se prepara para cruzar el río
y ya no volver jamás

coros de niños
y de ancianos
cantan al tiempo
y él, saluda con la mano
subido al barco
y dice
“adiós
ya no vuelvo
adiós”

mujeres voluptuosas
agitan sus pañuelos
y hombres de ceño fruncido
asienten resignados
con el sol de media tarde
que ilumina sus espaldas

el capitán del barco
orgulloso
conduce al tiempo
al otro lado del río
y le pide una foto,
de recuerdo,
del tiempo ido

y cuando el barco zarpa
los gobernantes y los edecanes
anuncian que ya no hay tiempo
que se terminó lo que se daba
y ya no se dará más
aunque lloren los relojeros
ya no hay vuelta atrás
que desde ahora no hay tiempo
y ya no hay ahora
y tampoco ya que valga

todos presentes

las banderas siguen flameando
los niños y los ancianos
cantando
las mujeres agitando
y los hombres asintiendo
el sol iluminando
y los gobernantes y los edecanes
anunciando
y los relojeros llorando

para siempre


todos presentes

Pablo Minini (digamos que en marzo de 2014)

miércoles, 19 de marzo de 2014

El Viejo que elige




Todos los hombres eligen el camino que recorren.

Es el título de una canción de Archie Roach, que muchos conocerán por
ser banda de sonido de la película El Rastro.
Y si ampliamos el título a todo género, suena aún más a declaración de
principios:
Todos los hombres y todas las
mujeres eligen el camino que recorren
.
Si uno lo dice en voz alta –hay que hacer la prueba– suena a verdad. Intenté
varias entonaciones y el resultado era el mismo siempre: una verdad que no
admite matices, una verdad que abarca a todos los que se refiere (hombres y
mujeres), una verdad de peso, una verdad que además suena bien.
¿Por qué me encontré con esta canción justo ahora? Como no creo en las
casualidades, me pongo a pensar un rato y me doy cuenta de que esa frase podría
haber sido el tema de muchas conversaciones que mantuve en el último tiempo.
Con distintas personas, que para mayor misterio, no se conocen entre sí.
¿Hipótesis? Que esa idea está en el aire, al menos entre la gente con
la que me muevo. Que las elecciones, los caminos, los hombres y las mujeres,
andan rondando el aire y las cabezas de las personas que dicen todos elegimos el camino que recorremos
y lo repiten.
No seré el único que ha escuchado esa frase. ¿Qué significa? Tal vez,
una afirmación de la personalidad, de la historia propia y de las decisiones en
la vida. El todos quizá significa yoyo
elijo el camino que recorro
. Mucho ha dicho el cristianismo (el libre
albedrío y demás, que por otro lado justifica las penas y los castigos, incomprensibles
de otra forma).
Y de pronto, como me atrapan siempre las imágenes, me vino a la memoria
el Viejo de los Papelitos. Yo lo
llamaba así, era viejo (muy muy viejo, para mis ocho años) y vivía en la estación
de trenes de mi pueblo.  Y lo recordé
como lo vi siempre: sentado en las veredas, con la espalda apoyada en la pared
de una casa o un negocio; sin importarle nada de nadie, sólo concentrado en los
montones de papeles que juntaba a su alrededor. ¿Para qué? Para cortarlos con
las manos en pequeños trocitos. Papeles de diarios, papeles de regalos viejos,
papeles de volantes de la vía pública, todo papel era útil si se podía cortar
con las manos.
Verlo por la mañana era saber que todo estaba en su lugar: la calle, la
estación, el Viejo de los Papelitos, todo en orden. Pero sólo por las mañanas.
Jamás lo vi después de las seis de la tarde. Nunca hablaba con nadie.
El Viejo era la muestra viviente de que la frase, tan cerrada y
absoluta y verdadera, tenía ribetes. Como si él dijera Bueno, todos elegimos el camino que recorremos, pero yo elijo no
recorrer ningún camino
.
Y nosotros, que íbamos y veníamos, que estábamos caminando o corriendo
o de rodillas hacia los horarios, los trabajos, las escuelas, las citas,
pasábamos por la estación y ahí estaba el Viejo, que no por viejo era menos
intemporal, cortando papelitos. Creo que hubiera cortado un billete de un
millón si lo hubiera tenido a mano, porque a él le valían más los trocitos de
papel que el papel entero, aún que el papel de banco.
Y ahora que lo pienso, ya que rompía con toda tranquilidad los diarios,
¿no hubiera destrozado también las páginas de un libro, papeles al fin y al
cabo? Una lástima para mí, pero sí, lo hubiera hecho.
Un día el Viejo de los Papelitos desapareció. No supe, creo que nadie
supo, hacia dónde encaró el rumbo, ni si fue él mismo el que decidió arrancar a
caminar o si fueron las circunstancias. Nunca crucé una palabra con él, lo
repito, pero fue la primera persona que me enseñó con su sola presencia que el
tiempo era relativo, que el tiempo de unos no era el tiempo de todos, Y que
caminos había muchos, aunque sólo fueran largos como un pedacito de papel.


Habrá seguido el destino que nos espera a todos, es lo más lógico. Pero
prefiero pensar que en él se hizo una excepción, que se convirtió en una idea,
o la imagen de una idea, y que anda por ahí, dando vueltas quién sabe por qué
cabezas que todavía lo recuerdan.
Entonces, esta entrada comenzó con Archie Roach y me dejé ir y hasta él llegamos

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lunes, 17 de marzo de 2014

Podés decirlo

Hoy tengo ganas de compartir una voz que es mía y a la vez, no. Porque me habita y la habito.  Digamos, que si esta voz estuviera acompañada de un nombre, bien podría ser Camila. Y siendo Camila, dice cosas a tono con las que se están armando acá y que a ella le salen como una especie de grito. Porque a Camila un hombre le dice algo que le pega en la cara, como si fuera una cachetada, pero que le duele hasta el hueso. Es largo, pero tiene la extensión de un grito; dura todo lo que dura el aire en sus pulmones


Podés decirlo.
Creo que sí. Que podés decirlo y pensarlo.
¿Qué importa si yo lo comparto o si no? Es tu forma de pensar.
Me hacés dudar, aunque casi te diría que no. Pero sólo si me preguntás.
Y yo no te creo, no creo que lo digas en serio, ¿por qué? porque no es pensando en mí que lo decís, porque no es verdad, no podés creer que sea verdad, no, no es fácil ser mujer, ¿por qué tendría que serlo? ¿por qué tendría que ser fácil o difícil ser mujer o ser hombre? porque lo decís mirándome y no a los ojos, porque lo querés hacer sonar fácil, pero no, porque si es así, decime vos cómo es, porque yo no tengo idea, y si es más fácil o mejor, no me di cuenta, o no todo el tiempo, a veces es fácil y a veces no, a veces ni te das cuenta de que sos mujer, ni me doy cuenta de que soy mujer, y otras veces sí, no puedo no pensar que soy mujer, y otras veces no sé lo que soy, como ahora que me mirás con cara de saber algo que yo no sé y como si fueras a explicármelo, por favor, a ver, explicame, pero no con esa cara de tipo que mira un mueble, o a un extranjero, esa cara de avivado superado, y por favor no me mires las tetas ni el culo cuando lo decís, como si me fueras a alquilar, como si vieras un cartel o un grabado a fuego en mi frente, porque entonces no sé si es más fácil ser mujer, porque entonces creo que es muy difícil ser mujer, es muy difícil ser mujer si mirás con esos ojos, y si me hablás como si sólo tuviera que escucharte, porque así me siento nada, ni mujer ni nada, una nada frente a vos, una circunstancia para que hables, para que digas lo que sabés y que yo tengo que escuchar como si no pudiera hacer otra cosa, como si ser mujer fuera sólo escucharte a vos y a cualquiera que dice que es hombre hablar sobre las mujeres y asentir, sí, asentir, vaivén de cabeza, cabeceo ambiguo, como si todo lo que hiciera para vos fuera un signo, un aceptar o un renegar, un sí o un no, y si es un no, agarrate, ¿sabés qué? a veces no es ni un sí ni un no, a veces es una pregunta, y ni siquiera, algo que no me puedo formular, algo que no tiene nombre ni palabras para ser dicho, algo que vas más allá de mí y que no puedo formular, ¿qué es ser mujer? ¿qué quiera acostarme con un tipo? ¿acostarme con vos? ¿y si no quiero? ni hoy ni nunca, ¿y si no busco que me protejan ni que me cuiden ni que me entiendan? ¿ni que me entiendas? porque no quiero lo mismo todo el tiempo, ¿o vos querés lo mismo todo el tiempo? yo no, y si vos querés lo mismo todo el tiempo, ojalá yo pudiera ser vos, porque yo no sé qué es lo que quiero, no sé hacia dónde tengo que salir corriendo, fijate vos, ya salió el correr, pero sí, salir corriendo, porque tengo que salir corriendo, siento eso, y vos debés sentir lo mismo, y no sos mujer, y si no lo sentís qué suerte la tuya, pero yo no la comparto, yo siento que tengo que correr todo el tiempo, y no sé si soy mujer o si soy hombre antes de dar el paso, siento que tengo que correr y dejarme correr, y correr corren los hombres y las mujeres, una mujer corre y un hombre corre, es lo mismo, ¿ves?, y no, y no es lo mismo, pero ahí estás vos diciendo que es más fácil ser mujer, con esa mirada de vaca, sí, vaca, porque el toro no mira, arremete, y si duda no te das cuenta, así que andá a contarle a otra persona si es más fácil ser mujer, o preguntátelo vos mismo, mirate al espejo un rato y decítelo vos, hasta que te lo creas, hasta que te lo metas bien en la cabeza, grabátelo, bien adentro, así no se te olvida, ¿y por qué tengo que decirte todo esto? ¿por qué tengo que perder mi tiempo en responderte a vos, que sólo estás esperando que me de vuelta para verme tranquilo, sin mi voz ni mis ojos que te miran directo a la cara, para poder hablarle a tus amigos y decirles esas estupideces que vos les decís cuando las mujeres te dejan de mirar a los ojos, porque ésa es la verdad, te dan miedo mis ojos, porque te hacen acordar a quién sabe quién, te dan miedo y no querés, por eso decís lo que decís, por eso decís que es más fácil ser mujer, porque pensás que siendo mujer podés dar miedo y no sentirlo, pero no es así, te desengaño, porque yo también siento miedo, y algo en el pecho que me dice que todo va a terminar siempre mal cuando me mirás y me hablás, como si supieras algo que yo no sé, pero no es miedo, no, es aburrimiento, miedo al aburrimiento, a que me maten de aburrimiento, vos y todos los que saben, los que saben y dicen en voz alta lo que saben aunque nadie se los haya preguntado, pero el temor no me dura todo el tiempo, nada dura todo el tiempo, a menos que seas un cretino arrogante, nada dura todo el tiempo, ni ser mujer, ni ser hombre, ni ser nada, ni tener un cuerpo dura todo el tiempo, porque a veces tengo un cuerpo que hace ruido en todo momento, y que me duele por todas partes, sí, por todas partes, y a veces no, a veces no me duele nada, y está en silencio, tan en silencio que tengo que largarme a correr, otra vez correr, sí, correr para no olvidarme de que estoy viva, y no por miedo, correr para saber que el cuerpo está y no se me oxida, que no es un montón de grasa y carne y piel y uñas que se me oxidan, se me empastan, y entonces me largo, porque a veces sí lo siento, y bien que lo siento, pero eso a vos no te importa, lo único que te interesa es que te mire y te reconozca a vos como lo que querés que te digan que sos, y que te tranquilice y te diga que todo va a estar bien y que no tenés que tener miedo, y que sobre todo no te mire mal, que no te mire mal ni demasiado, porque los ojos y las miradas son tu patrimonio, pero cuidado si yo miro mucho, que no me la crea, que hay quien mira y quien se deja mirar, y el que mira no se deja mirar, eso ya tendría que saberlo, bueno, no lo sé, no me lo enseñaron, y si me lo enseñaron, no lo acepto, porque no quiero ser lo que se mira todo el tiempo, ahora quiero ser yo la que mira, ¡bailá para mí! ¡hace tu gracia para mí! para mí sola, que voy a estar mirando hasta que me aburra y hasta que los ojos hayan comido lo suficiente, sí, a vos te voy a comer con los ojos, a vos y a todo lo que tenga ganas de comer, ¿o no puedo tener hambre yo? ¿o no puedo irme por los ojos? ¿o por que a vos te molesta y te duele que te mire así como miro yo tengo que guardarme los ojos en mi mesita de luz, al lado de las flores secas que seguro creés que tengo guardadas, junto a las cartas de mis novios que me sedujeron y me abandonaron?, pero no, no tengo ni flores ni cartas ni novios que me hayan abandonado, y tampoco abandoné a ninguno, se fueron o me fui, y así es siempre, nadie abandona, se va y listo, ¿por qué la manía de andar buscando culpables? Y miro como miro, como me sale mirar, y digo lo que sale. Pero si lo pensara mejor quizá no lo diría, porque no conviene.
Porque sería como andar con el corazón en la mano.
Y eso no es lo mejor que se puede hacer.
Frente a un tipo como vos.
Sí.
Como vos. 

miércoles, 12 de marzo de 2014

Lo que se escribe en las paredes

Hoy recordé que hace tiempo escribí algo que salió en verso (casi todo) y de inmediato recordé el día que lo inspiró y lo que pasó ese día: 8 de abril de 2003, frente a las puertas de una fábrica tomada, Brukman. Fue acontecimiento para mí y, lo que es más importante, para muchas otras personas, porque esa fecha fuimos, al menos por un tiempo, una comunidad, un grupo. Quizás hermanados por la violencia de esa tarde, quizás unidos por la esperanza de lo que podía pasar después y por las horas que siguieron. ¿Por qué hoy vino ese texto y esa memoria atrás? No puedo decirlo. Tal vez en algún momento se haga la relación, o tal vez alguien la haga por mí. Sí es así, que me avise. 


camino. Otra vez el cielo sobre mí. Buscando la pared más grande y más blanca que haya en la ciudad. Porque ya encontré una, pero es la pared de la cárcel. En esa no voy a escribirte. Y cuando la encuentre, te voy a decir

ahora que me das la espalda aunque no te lo pido y apoyo mi mejilla en tu piel que está caliente y mojada
ahora que el cielo es todo lo que nos mira y que desde todos los años nos estaba esperando este día y tu espalda y mi cara contra ella
ahora sólo existe ahora
ahora nos separamos
pero antes veo tus ojos y me ves
el humo se vuelve niebla
y trato de alcanzarte y te arrastran
y me arrastran
manos me toman de los hombros y de los brazos
y me las saco de encima
sólo veo tus ojos en la niebla hasta que se pierden
y te sigo hasta donde creo que estás
todo es niebla
pasan corriendo gente y no gente
que grita y llora y pega e insulta
y más niebla que hace arder los ojos y la garganta
todo es la calle porque no se ven más los edificios
ni los cordones de la vereda
y se me ocurre que quiero cubrirte los ojos para que no ardan
y es gris el suelo y todo alrededor
el humo me llena los ojos
pero si lloro no es por el humo
sino porque no te encuentro
te llamo a los gritos
pero no sé tu nombre
y sé que no es el momento de buscarte
pero qué otra cosa puedo hacer
y camino y siento los golpes en la espalda
y corro y creo que corro en círculos
me libero de bastones y manos como se espantan las moscas
pero de una mano no me libero
volver a encontrarte es reencontrarte porque te conozco desde siempre y desde siempre sos unos versos que sólo una vez leí
noches sin fin y mañanas de dulce alegría
tus ojos me miran y la niebla se disipa entre nosotros
deberíamos correr pero no podemos
me gustaría sacarte de la calle y llevarte lejos
pero vos sabés,
todos los lugares son el mismo en la niebla
entonces no corremos
y ya aparecen manos y bastones
y sé que sólo puedo hacer una cosa
como puedo acerco mi boca y te quiero decir
te digo noches sin fin
y nos alejan pero nos acercamos una vez más
y me decís dulce alegría
los dos recordamos mal los mismos versos viejos y pueriles
pero son los mismos y son nuestros entonces
tu mano se va y se van tus ojos y tu espalda
me voy
todo es niebla otra vez
ahora estoy solo entre tanto no ver nada
me arrastran sé muy bien  que me arrastran lejos de vos
que hacia donde me llevan vos no estás
o no quiero que estés
ahora que sólo puedo no ver colores
ni mis pies veo, así en el aire me llevan
grito que sólo quiero volver a verte
nadie me responde
o me responden, pero no sos vos
entonces como si nada
antes de que me encierren se abre el cielo y puedo ver el sol
habrá preguntas y cielo de grises. Pero eso era el futuro
ahora, sé que tuve y que perdí
que sólo tengo tus ojos y tu espalda y a vos que te llevan
hasta que te encuentre, sólo vivo el presente
ahora busco una pared donde escribirte, sólo a vos
porque sólo los que están buscando a alguien leen lo que está escrito en las paredes blancas
ahora que el sol está bien alto y no nos están reservadas las noches sin fin ni las mañanas de dulce alegría. Ahora busco una pared donde escribirte, sólo a vos.

Porque ya nadie lee lo que está escrito en las paredes