Arlt
se lamentaba, en un aguafuerte porteña, que los sábados a la tarde muchas
personas lo destinaran a dar vueltas por la ciudad. Esa costumbre recién se
instituía a principios de siglo y se la llamaba "sábado inglés".
Esto me sucedió el sábado por la tarde.
Cerca de plaza Italia, mientras contemplaba un abanico de opciones, una
más malhadada que otra, me crucé con un amigo que hace 6 años que no veía.
Incluso me costó reconocerlo, de tan cambiado que estaba. En cinco cuadras me
puso al tanto de sus últimos años, me preguntó si sabía de algún laburo y me
aseguró que estaba muy drogado, que disculpara su verborragia. Insistió en
acompañarme a la parada donde yo tenía que tomar el 188. Cuando el bondi
llegó nos despedimos. (Me pidió un salvavidas y no estoy seguro de haber podido
dárselo). Un segundo después, ya dentro del colectivo y después de sacar el
boleto, el colectivero me dice:
—Disculpame, ¿vos viajás
siempre?
—Seguido, no siempre.
—¿Conocés el recorrido? Porque yo soy de
otro ramal, hoy me pusieron acá y no me sé las calles.
No era una joda y yo era el único pasajero.
Así que entre los dos fuimos reconstruyendo el recorrido, a los
ponchazos. Creo que tomamos un atajo y hasta me parece que volvimos atrás y
tuvimos que retomar. (Si alguien esperó demás el 188 el sábado a eso de las 19,
sepa disculpar).
Hasta el momento en que me bajé, el chofer me contó su vida y lo poco que
cobra a fin de mes. Me confesó la cruel aceptación del hecho de que sabía que
no iba a durar mucho en el trabajo. Un poco de melancolía se le escapaba en los
dichos. Sólo interrumpida cuando subía algún pasajero preguntando si pasaba por
tal o cual calle, obligándonos a debatirlo entre nosotros dos. En Brasil y Deán
Funes me bajé y le deseé toda la suerte que estuvo a mi alcance.
Si Roberto Arlt está vivo y escribiendo en otro mundo, una de dos: o me
está presentando sus personajes de a uno o yo mismo me estoy convirtiendo en
uno de ellos.
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